miércoles, 28 de julio de 2010

Big

-Toy Story 3-
Lee Unkrich (PIXAR)

Llega un momento en la vida de todo niño, en el que ha de elegir entre ser mayor (con todo lo que ello implica), o ser un niño de por vida. Débil, inseguro y dependiente. ¡Madura de una vez! Deja de imaginar. No sonrías. Ahora estudias o trabajas. Se serio. Deja de divertirte. En definitiva, tira los juguetes. Pasaste a otro nivel chico, olvida todo lo anterior y mira adelante con seguridad. Firmeza. Y avanza con ambición. Piensa que todo lo que te hacía disfrutar y ver cada día con la ilusión de jugar, y sentir que aún hay una eternidad por delante, no hace más que perjudicarte. Sabios consejos que me dan la sociedad actual y mi entorno. Porque todos cambiamos, y todo cambia. Es ineludible.



Los creadores de genialidades de la animación como Buscando a Nemo, y Monstruos S.A, nos han deleitado con el (esperemos) cierre de la trilogía de los juguetes aventureros. Toy Story. Una historia de juguetes. Una agridulce historia de las gestas de unos juguetes. Pensando en esta película, y en su devenir anterior me pregunto: ¿Cómo unas aventuras de proporciones épicas pueden dejarnos un poso de sensibilidad y sentimientos tan profundo como la que nos ocupa en éste momento? Para mí, casi al nivel de The Matrix a la hora de equilibrar acción/reflexión.

Para empezar, toda la obra nos hace ver en cierto modo el valor de la imaginación asociado a un consumo responsable en la sociedad global que hoy nos toca vivir. Jugar e imaginar con tus juguetes de siempre tiene más valor que comprar juguetes sin cesar. La aventura que uno desarrolle en su mente aquí es la clave. Niños que apenas recurren a la interactividad de los nuevos medios. Una nueva esperanza plasmada en la personalidad de una pequeña protagonista. Peluches y muñecos de trapo hechos a mano siguen siendo su vía de escape. El valor de una imaginación desbordante. Jugar.
Por otro lado, tenemos también una sincera reflexión sobre la vida como ciclo. Todo tiene un final. Todo acabará algún día para nosotros, mientras que para otros sólo empiece. La frustrante realidad de los juguetes, el hecho de vivir una inmortalidad parcial, cuyo fin es impreciso, pero que a la vez les obliga a ver generaciones y generaciones de gente y amigos que perderán, no es otra cosa que una manera de ver la vida como algo que hemos de asumir como efímero. Algo que debe apreciarse en cierto modo.



En esta ocasión, he visto la aventura con un esquema básico dentro de lo que ha sido su estilo precedente. La historia es frenética desde la primera secuencia. Las cosas se tuercen por un sucio golpe del destino y parece prácticamente imposible solucionarlas. Así, es como evoluciona la narrativa junto a la trama principal. Agradezco a Michael Arndt (guionista) el hecho de no notar un obsceno Deux es Machina en la manera de solventar los problemas por parte de los “protas”. Todo fluye perfectamente. Este esquema típico en PIXAR y más aún en Toy Story, me funciona (quizás a otros no, puede ser posible). Falta elogiar la elegancia mostrada al intentar evitar repetir arquetipos. Ya tuvimos un muñeco aparentemente amable como el Capataz Pete, pero resentido con su vida de juguete. El peluche Lotso podía habernos resultado igual si el tratamiento de su personalidad no se hubiese mostrado tan tempranamente y con tanta originalidad. De la misma manera, Rex no queda inmediatamente prendado de una juguete triceratops de su marca, tal y como hizo Mr Potato. Cosas de ese tipo hubiesen sido muy repetitivas.


Poco más podría expresar para transmitir una sensación global de lo que me ha resultado la película. Un golpe fresco en este caluroso verano. Me ha hecho sentirme bien por ir a ver dibujos al cine. Me ha hecho ver que “cosas de niños” como esta, nos aportan mucho a los mayores. Hablamos el mismo idioma pese a nuestra diferencia de edad. Percibimos de manera distinta, pero sentimos lo mismo. Los pequeños desconocen los valores que se les está transmitiendo, nosotros, tan solo los identificamos. Pero básicamente es lo mismo. Me alegra saber que el cambio a mayores no nos afecta en lo más esencial.

viernes, 23 de julio de 2010

Un Verano de Miedo

Nuestra literatura Pulp

Algo me ha hecho decidirme por escribir esto tras mi regreso de las vacaciones, algo misterioso, fantasmagórico, extravagante, y abracadabrante. Se trata de una serie de novelas, noveluchas mas bien. Escritas… bueno editadas sobre papel reciclado. Algo que devorábamos cuando éramos benjamines; mascando chicle, subidos a la rama de un árbol, en un columpio, o simplemente en el sofá de nuestra casa. No, no me refiero a los libritos pulp de historias extraordinarias, de detectives o de vaqueros. Me refiero a algo más contemporáneo, aunque igual en sus pretensiones. Algo cuya portada, saturada en colores nos mostraba una imagen, que por entonces nos transmitía bastante mal rollito. Algo que nos contaba una aventura terrorífica o fantástica, cuyo protagonista es un chavalín/na pubertoso/sa. Algo que brillaba en la oscuridad. Para aquellos “sin-infancia” que aún no sepan de lo que estoy hablando, me refiero a los libros de Pesadillas.



Bien, pues lo dicho, unas vacaciones de invitado en una casa. Una habitación en la que alojarme. Una estantería repleta de… Bueno, de lo que nos aborda el tema de hoy. “Que maravilla”, me digo a mi mismo. ¿Qué mejor oportunidad para revivir una adolescencia temprana, de manera rápida sencilla y amena? Pues tal y como os imagináis, muchas han sido las Pesadillas que han pasado por mis manos (¡Hay algo vivo!, Una aventura Espeluznante, La casa de la muerte, Sangre de Monstruo, Sangre de Monstruo II, La venganza de los Gnomos, La noche del Muñeco Viviente, Llamada a los bichos raros…). Puede sonar extraño que quiera interrumpir mis lecturas habituales y decida pasar las vacaciones leyendo literatura infantil de terror, si, tal vez si. No lo niego. Pero me pasó lo mismo que varios años atrás. Esas portadas, esos títulos, esas sinopsis que anunciaban una aventura divertida sin ninguna otra pretensión, me atrajeron, y me incitaron a zambullirme en las páginas con avidez. Recomiendo la experiencia a cualquiera que se atreva. Así, desde un punto de vista adulto, comprenderemos mejor a este escritor Neoyorkino, que pensó en hacerse de oro con una estructura muy simple y muy básica, hecha para pasar el rato así como las páginas.



Las historias toman como protagonista a un niño/a de doce años exactamente. Este suele tener una situación común u homogénea para un niño en EE.UU., con una pequeña variante o cambio; véase un camping, vacaciones en una casa ajena o una mudanza (este último es más que común). Su acompañante o sidekick será un hermano, amigo o mascota (estas no faltan casi nunca). Tras la historia fantástica, terrorífica o “ciencia-ficcionera”, narrada con un forzoso, y en ocasiones patético momento de suspense entre capítulo y capítulo, siempre hay un giro al final inspirado en series de formato televisivo como The Twilight Zone o Más allá del Límite, un cambio siniestro generalmente, que nos deja (ba) un regusto amargo, y de incredulidad.
Por lo tanto, ¿que hay tras esas portadas magistrales, maquetadas bajo un pringoso título fosforescente en el que se lee “Pesadillas”? Pues un bombazo, todo un negocio. Una estructura literaria similar al best-seller arquetípico, pero adaptada a niños de 10 a 14 años. Robert Lawrence Stine no escatimó en plasmar topicazos en sus páginas. Pero topicazos divertidos. Que en ocasiones enganchan (decídmelo a mí).


Todo ello no deja de ser, por otro lado novedad para unos (los más peques) y añoranza para otros (peques mayores, como yo), aderezado con una buena presencia, y extravagantes títulos. Nada más. “Mierda pulp” hablando en plata. Pero creedme, adoro esa mierda.